Alguna vez, tuve la maravillosa suerte, de tener un maestro en la universidad que me hizo ver buen cine, para ser sincera, todas las obras me encantaron, en particular: El príncipe de las mareas. Mi maestro, de profesión psiquiatra, utilizó esta película para hablar del psicoanálisis y temas así, pero, más allá de los conceptos teóricos, a mí me fascinaba la historia, un hombre que recurría a la negación, a la desmemoria, a la risa, para evitar enfrentarse a su pasado familiar lleno de violencia y dolor. “Olvidar todo, dejar el pasado atrás, cerrar la puerta.”
A primera vista, esta actitud puede resultarnos despreciable, cobarde, porque como bien dice una de las protagonistas principales: “se necesita valor para sentir el dolor.” Sin embargo, considero, que también se necesita valor para continuar el camino de la vida renunciando a sí mismo. Sobre todo, cuando en esos difíciles momentos, solamente ese es el camino, la única ancla para no hundirse en el caos. Esta, es la segunda vez que tengo el privilegio de ver la misma película y desde la primera, no dejo de preguntarme: no sé qué es más difícil en la vida ¿crecer siendo hombre o crecer siendo mujer? Al menos como mujer, se tiene derecho a externar sentimientos “porque la fragilidad es propia de las mujeres.” En cambio, como hombre mexicano se debe aprender a reprimirlos, porque eso reafirma su ser masculino: “no llore, qué, no es hombre.”
Vaya conflicto, el cuerpo queriendo llorar y los prejuicios sociales presionando la voluntad interna para impedirlo, cuánto peso añejo, cuánto dolor reprimido en el cuerpo de un hombre. Curiosamente, a Tom Wingo, el protagonista principal, le tocó la suerte de encontrarse con una psiquiatra, inclusive, de poder ser amado por ella. Pero en los países tercermundistas, ir al psiquiatra, es decidir entre pagar la terapia o la comida, la respuesta es simple, no alcanza la vida para darse semejante lujo. Pero, dentro de todas nuestras calamidades y conflictos sociales, existe la fuerza de voluntad en cada ser humano y cuando se está decidido a accionarla, suceden cosas verdaderamente sorprendentes, así puede uno encontrarse a hombres que en su infancia sufrieron un maltrato familiar tremendo y al tener por primera vez en sus brazos a sus hijos, decidieron no utilizar la violencia para educarlos, porque estaban conscientes de todo el daño que eso causaba. Esos hombres, al paso del tiempo, tendrán seguramente el amor y el reconocimiento de sus hijos…desgraciadamente, no puedo asegurar que así sea, para quienes a pesar de los Ejercicios de San Ignacio, los estudios en ciencias humanas y los métodos alternativos, han decidido lastimar, culpar, atormentar el corazón de sus pequeños e indefensos hijos, dudo mucho que en la vejez, su dios, el universo, se apiade de ellos.
viernes, 11 de febrero de 2011
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